Desde donde estoy veo la luna
Maud Lethielleux
Traducción de Daniel Montsech Angulo
Ed. Grijalbo, 2012
234 pp
15,90 euros
Leer a Maud Lethielleux ha sido una sorpresa. Primero porque no conocía a la autora, ni su trayectoria ni su relativa juventud. Segundo porque el libro, al menos en la edición española de Grijalbo, no deja de despistarme. Ciertamente, por la portada creo que jamás me hubiera interesado por Desde donde estoy veo la luna. No sé si se debe a un posicionamiento editorial o quizá a un afán de vender el libro a un determinado tipo de público. Lo cierto es que augura más un libro de literatura juvenil o chic-lit que un libro sobre la historia de una vagabunda. Es cierto que en la narración hay muchas dosis de fantasía en el mundo de la protagonista, Moon, y también de esperanza, a mi modo de ver también neutralizadas por un trasfondo relativamente duro. Por tanto nada de chic-lit, nada de literatura adolescente, nada de novelita rosa.
Desde donde estoy veo la luna narra la catarsis de una joven vagabunda, de cuyo pasado poco sabemos, y a la que el arte, en este caso la escritura, redime y ayuda a abandonar las calles.
Moon es una joven adolescente que vive en una plaza pública entre cartones junto a una floristería y con su perra Cometa. Vive el día a día de la dificultad de conseguir dinero para comer. Para ello vende sus mejores sonrisas. Habita una casa desde cuyo tejado inexistente ve la luna, siente el frío de la noche y la dureza de la violencia callejera. Su novio es otro sin hogar, Fidji, del que está perdidamente enamorada. Tanto es así que decide regalarle sus pensamientos en un libro. Consigue una pequeña libreta donde va anotando ideas y tramas. Al final compone algo parecido a una novela que su amigo Slam lee. Moon no sabe que esa novela irá a parar a dos editoriales. Aprovechando la trama, Maud Lethielleux critica duramente algunos caprichos del negocio del libro bien especificados en uno de los personajes. Quizá ese mismo que conduce su vida a una espiral que augura un terrible desenlace, pero ahí está la esperanza.
Moon acaba abandonando el mundo ideal en el que vive para percibir toda la crudeza del mundo de los adultos. Una novela donde las dos caras de la vida: esperanza/crueldad se dan cita. Es un raro libro porque bajo la capa de ternura subyace una realidad terrible. Un extraño libro para una época de crisis en la que quizá esperaríamos algo más imaginativo, más cercano a la pura fantasía.
Es difícil comparar la escritura de Maud, una escritura fresca en la que se incluyen neologismos, el habla de la calle, una jerga a caballo entre el mundo de los móviles y la realidad digital. Sin embargo Moon es una chica sin cultura que vive cerca del mundo de los ocupas, aunque no parece simpatizar con su causa. De hecho hay como una reacción de casta, pues Moon cree que son una especie de niños de papá. Los verdaderos dueños de la calle son los vagabundos. Procura no mezclarse mucho con los ocupas y tampoco quiere que sus amigos lo hagan. No en vano ese mundo trae mucho de borracheras y alcoholismo.
El libro también está trufado de amor adolescente, tan explosivo como exagerado, un amor paralizante que lo llena todo. Cuando Moon pierde a su novio Fidji, parece perder todos los referentes que le quedan en vida y ahí se avecina el desastre.
Cometa es la fiel amiga de Moon, un cachorro de perro, que la acompaña en todas sus vicisitudes callejeras mientras duerme entre cartones o revuelve la basura.
Sin duda el libro contiene críticas muy notables al mundo actual, al hecho de que necesitamos demasiadas cosas para vivir, pero también a cómo tenemos organizada la vida, a la falta de libertad, a la pérdida de valores. El lector avispado seguro que encuentra muchas más respuestas.
Sorprende bajo la capa de bonhomía toda una lección de civismo y una capacidad de autosuperación digna de una heroína callejera, una chica que apenas tiene un anorak contra el frío y un cachorro de perro. Con esas armas contemplar el futuro es todo un reto.
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