El ladrón de peras
Felipe Zapico
Ed. Origami, 2013
108 pp.
10 euros
Hace algo menos de un año asistí a la presentación del
anterior libro de Felipe Zapico denominado Balances
parciales. Tuve ocasión de leerlo y reseñarlo. Recuerdo que algunas de las
cosas que más me llamaron la atención de aquel poemario era su sinceridad
desbordante así como un ímpetu más que notorio en la expresión de sus ideas.
Había mucho de derramamiento y de vehemencia. Algo menos de un año después leo El ladrón de peras. Enseguida me
apercibo de que aquellos elementos también se encuentran aquí: hay amor, hay
vehemencia, hay derramamiento, hay sinceridad… Sin embargo el planteamiento de
este poemario dista un poco del planteamiento del anterior.
El autor divide el libro en seis partes. Las cuatro primeras
sostienen temáticas y tonos identificables. En la penúltima no es tan visible.
La última tiene un juego de experimentación visual y poética.
Tras un destacable prólogo de Gsús Bonilla en el que el
lector puede encontrar algunas pistas para adentrarse en el entramado poético
de Zapico, en seguida aterrizamos en el principio del poemario, en su primera
parte denominada Opérculos sobre tus
párpados. Una parte que encierra melancolía y que habla fundamentalmente de
la pérdida, uno de los grandes temas de la literatura. Desesperación,
melancolía, vacío, recuerdo. Es lo que encontramos en los primeros trece poemas
de Zapico. Poemas sinceros pero que no rehúyen una cierta elaboración (p.19):
“Te pusiste ruedas tú
y te fuiste
tan lejos
tan deprisa
para un rato.”
Aquí el autor emplea
la paradoja y una cierta dosis de humor negro.
Sobre el tono de esta primera parte podemos tomar como
ejemplo el poema Tiempo de intemperie
(p.20). Basta con ver algunos de los sustantivos que aparecen para entender de
qué habla: intemperie, desolación, abatimiento, olvido. Y también su final: “ni
te olvido/ni lo intento”.
Ahondando en la idea de la pérdida, en el poema La Bahía de las libélulas, encontramos
los siguientes versos: “para tapar el enorme hueco que me habita/y a veces me
circunda” (p.23).
En general son versos desazonados: “iluminaba tanto que hasta
creí verte” (p.27) “Hay vidas que se fueron/pero están/ tan cerca/ que su
aliento a veces te roza la nuca” (p.28) “como esos días de visita hospitalaria/que
tanto me desazonan/y/ya no tengo a quien/ explicar” (p.30). Versos amargos y
sinceros, sin doblez. “Hay días en los que no te sacas/la pena/ni/a/hostias”
(p.31).
En la segunda parte, De
peras, desamparo y espejos encontramos un tono vital diferente. Los poemas
hablan del amor, de la sensualidad, del sexo. Poemas más semejantes a los que
encontrábamos en Balances parciales.
Una medida de ese tono:” Rasante/un puto vuelo rasante de tus pestañas/me dejó
acribillado/ en la cuneta” (p.43). Se capta un cierto sentido del humor e ironía: “No sé si te prometí amor eterno/ o sólo hasta el
amanecer” (p.49).
La tercera parte, Libélulas
en mi ombligo, contiene mucho de cotidianidad y de sus alrededores. Hay
mucho de la realidad que nos circunda, “cómo van las descargas/escribo un sms a
mi amor” (p.57). También ironía: “No des la espalda/ni a tu padre” (p.65),
“castañas de fragmentación” (p.56) que recuerda a bombas de fragmentación.
También hay críticas más o menos veladas:”pero ahora se llevan/las lenguas
pequeñas/oblicuas, raras” (p.69). El autor mismo se declara políticamente
incorrecto.
Lo cotidiano tampoco excluye el exabrupto porque el exabrupto
es parte de lo cotidiano: “y recoger el certificado de hacienda/que me dará
otra vez/un poco por el culo” (p.74).
Me quedo con un fragmento del Poema con chiflo a lo lejos que parece una declaración de
intenciones:
“Y me despojo de mi
alma, o lo que sea
y se la entrego
pero él me dice que no puede
hacer nada
que espere a que pase
el hojalatero
que
tal vez
me la pueda remachar” (p.78).
Quizá este cuarta parte es el final in crescendo de un tono
vital que ha ido en aumento desde la melancolía o la pérdida inicial hasta la
indignación. En esta encontramos su ya conocido pero no por ello menos
magnífico poema Damasco lejana y sola.
Muchas referencias al mundo actual, al descontento, a la desazón, al 15M, al
cambio necesario, a la indignación que sentimos en aumento. Algunos versos que
la muestran: “la tarjeta bancaria/entre los labios/para pagar/y/sobre
todo/callar” (p.89) Algo sobre el engaño de la primavera árabe: “Han cambiado a
un sátrapa/ por un mariscal/han cambiado a los ladrones/por barbudos” (p.91).
Poemas que nos acercan a la poesía social.
La penúltima parte contiene, tal y como nos señala en su
prólogo Gsús Bonilla, unas colaboraciones del autor para la revista El Casco y
la parte final es un redescubrimiento irónico y visual de las Cuatro estaciones
de Vivaldi.
Tal y como ya dije en Balances
parciales al terminar la reseña: Felipe Zapico, genio y figura.