Villette
Charlotte Brontë
Traducción: Marta Salís
Editorial Alba Minus, 2014
643 páginas
14 €
Charlotte
Brontë (1816-1855) era hija de un clérigo, vicario de una pequeña aldea de los
páramos de Yorkshire, esos mismos páramos que conocimos en Jane Eyre. Tenía cinco
hermanos: Emily, Anne, Maria, Elizabeth y Branwell. Quedaron huérfanos de madre
a edad muy temprana y todas las hermanas fueron llevadas a un internado para
hijas de clérigos donde dos de ellas enfermaron de tuberculosis y, una vez ya abandonado,
murieron. De hecho, Charlotte Brontë se
inspiró en este colegio para crear Lowood, el siniestro internado donde vivió
Jane Eyre.
En
1842 Charlotte y Emily ingresaron en otro internado en Bruselas como alumnas
primero y Charlotte, como maestra después. Las experiencias vividas allí le sirvieron
para escribir Villette, ciudad
ficticia en donde transcurre la obra.
Uno
de los factores que define toda la obra de Charlotte Brontë es la importancia
de la enseñanza. Todas sus protagonistas son maestras o institutrices.
Villete fue publicada en 1853 poco antes de morir su
autora y en ella narra la historia de Lucy Snowe, muchacha huérfana que, por avatares del
destino, debe abandonar Inglaterra y acaba viviendo y trabajando en un
internado para señoritas en Bélgica.
La
directora del colegio es Madame Beck, una mujer recta, a su manera, cuya filosofía en la vida es la vigilancia y
el espionaje. Nada se le escapa. Pero este internado no es como Lowood, “la
comida era buena y abundante: en la rue Fossette no se veían caras pálidas o
demacradas” (pág. 98) y la educación lo suficientemente escasa para no agobiar
a las jovencitas: “adquirían conocimientos gracias a un método increíblemente
fácil, sin penosos esfuerzos ni un despilfarro inútil de inteligencia” (pág.
100); “se negaban en rotundo a ejercitar la memoria, el raciocinio o la
atención” (pág. 111)
En
el internado existen dos tipos de alumnas: las externas que, una vez que acaban
las clases, vuelven con sus familias; y las internas. Entre ellas está Ginevra
Fanshawe, una jovencita coqueta, caprichosa y egoísta, que utiliza a Lucy como confidente pero la trata con desdén o
adulación, a su antojo. De la misma manera que trata con desdén a todo
pretendiente burgués que se le acerque: ”Me siento mucho más cómoda con usted,
mi vieja y querida cascarrabias, que adivina lo peor de mí y sabe que soy
coqueta, ignorante, presumida, caprichosa, necia, egoísta y todas las demás
lindezas que usted y yo hemos acordado que conforman mi carácter” (pág. 121).
Los
personajes masculinos de Villette tienen
un papel importante dentro de la narración. Monsieur Paul, profesor del internado, es un
hombre con un carácter severo, un temperamento extremadamente colérico y controlador
con Lucy. El doctor John es un hombre
inteligente, atractivo, divertido con el que Lucy entabla una buena relación.
No
falta en la vieja casa de la rue Fonssette el fantasma de una monja que
aterroriza a la protagonista.
Pero
es el personaje principal de la novela de Charlotte Brontë, Lucy Snowe, el
realmente interesante. Ella brilla con luz propia. Es un personaje muy rico en
matices y tiene mucha similitud con Jane
Eyre. Ambas son mujeres huérfanas, mujeres que están solas en el mundo, mujeres
autosuficientes que trabajan como
institutrices o como profesoras. Son discretas, pero excepcionales, que
pasan desapercibidas a ojos de los demás; parecen grises, pero no lo son: ”Yo
no era la sombra de una dama brillante (…) Mi presencia solía pasar
inadvertida; era una persona bastante gris, pero ambas, la oscuridad y la
depresión, debían ser voluntarias…” (pág. 391).
Lucy
Snowe transmite en toda la novela la
nostalgia, la soledad que domina su vida incluso hasta caer enferma: “viviendo mi propia vida en un
tranquilo mundo de sombras” (pág. 157).
No
obstante Lucy es una mujer ambiciosa. De ser la dama de compañía de una anciana
llega a ser profesora. Se dice a sí misma “alégrate de trabajar para conseguir
la independencia hasta haber demostrado, al conseguir ese trofeo, tu derecho a
desear algo mejor (…) Creo en cierta combinación de esperanza y luz que
dulcifica los peores destinos” (pág. 474). También hay similitud entre las
protagonistas de otras novelas victorianas. Son mujeres fuertes,
independientes, con voz y pensamiento propio, por ejemplo, Elisabeth Bennet en Orgullo y Prejuicio
(Jane Austen), o Margaret Hale en Norte
y Sur (Elizabeth Gaskell), entre otras.
Hemos
de tener en cuenta que en la época victoriana la mujer era considerada como un
ser mediocre. Monsieur Paul nos instruye de lo que opina sobre las mujeres
intelectuales: son “un accidente desafortunado, algo para lo que no existía
lugar ni cometido en la creación, y que nadie quería como esposa o empleada (…)
Estaba convencido de que la encantadora, apacible y pasiva mediocridad femenina
era la única almohada en la que el pensamiento y el buen juicio masculinos
podían encontrar descanso para sus sienes doloridas; en cuanto al trabajo, sólo
una cabeza viril podía hacerlo con buenos resultados “(pág. 465). Ahí es nada.
Y pensar que más de doscientos años después aún hay sujetos que piensan igual.
Sin
embargo ellas se revelaban ante esta situación intentando ser tratadas como
iguales. Así lo manifiesta Jane Eyre ante el señor Rochester: ¿Piensa que
porque soy pobre y oscura carezco de alma y de corazón? ¡Se equivoca! ¡Tengo
tanto corazón y tanta alma como usted! Y si Dios me hubiese dado belleza y
riquezas, le sería a usted tan amargo separarse de mí como lo es a mí separarme
de usted”.
Villette es una gran
novela. Y lo es por la riqueza de sus personajes, por la filosofía que
transmite la autora en toda la obra, su inteligencia. No debió ser fácil que
una mujer escribiera y, además, publicara libros en el siglo XIX. Y lo curioso
es que todas las hermanas Brontë publicaron alguno, entre prosa y poesía, unas
veces con pseudónimo y otras con sus auténticos nombres.
Villette es una novela para leer y releer como todas
estas fantásticas obras de la novela vitoriana. Son más de seiscientas páginas
de buena literatura.