domingo, 26 de octubre de 2014

EL PLACER DE VER MORIR A UN ÁNGEL DE RAFAEL CALERO PALMA



El placer de ver morir a un ángel
Rafael Calero Palma
Ed. Huerga y Fierro, 2011
65 pp.
10,45 euros

No es el sentimiento religioso el que mueve el poemario de Rafael Calero Palma ni tampoco el misticismo ni siquiera la mitología. El placer de ver morir a un ángel es un libro con un trasfondo tremendamente humanista. Esos seres alados de los que habla el autor existen y no son realidades lejanas. En realidad, los ángeles son como nosotros. Tienen nuestros mismos problemas, se enamoran, se emborrachan, vagabundean, sortean la muerte como pueden. Todo esto es así porque los ángeles que describe Rafael Calero poco tienen que ver con la imagen que de ellos podamos haber acuñado a través de la cultura o de la religión. Quizá no tengan ni nombres ni apellidos, quizá sean tan anónimos como cada uno de nosotros cuando circulamos por la calle. Probablemente así lo quiera el autor, porque, probablemente, esos ángeles somos nosotros.
Seres que sienten y viven, que temen, aman y mueren. Y, al entrar en su mundo, lo que hacemos es entrar en el nuestro. Y si analizamos lo que dicen y piensan, nos analizamos a nosotros mismos. Por eso El placer de ver morir a un ángel es un libro con un importante trasfondo humanista (p.19):

“El vaivén de las olas
ha dejado sobre la arena húmeda
tres ángeles muertos”

¿Son los ángeles inmigrantes ilegales en pos del sueño de alcanzar la costa de un mundo nuevo? Quizá. Pero también puede ser que hayamos vivido engañados todo este tiempo sobre lo que era un ángel, ya lo dice el autor (p.23):

“los ángeles buenos
eran sólo
la invención
de un dios
politoxicómano
y borracho”

¿Pueden ser los ángeles vagabundos borrachos? (p.24):

“el ángel demente sostiene
un cartón de vino barato”

Tal vez. O puede ser que sean todos esos seres expulsados del sistema y destinados a vivir fuera de todo paraíso. Por eso los ángeles también lloran (p.26):

“El ángel del llanto
(…)
la última vez
que llora por alguien
que no le merece”

Y también debe haber ángeles terribles, ángeles que dañan, ángeles como éste (p. 28):

“…el ángel de la muerte.
Sobre la mesita de noche
un almanaque
con el logotipo
de una entidad bancaria”

Debe ser el ángel de los desahucios, el ángel que se encarga de expulsar a las personas de sus hogares.
También está el ángel punk (p.31):

“escribió en un muro:
No hay futuro”

Y el ángel solitario (p. 32) y el ángel enamorado (p.33), incluso el ángel anarquista (p.34):

“y gritó:
Sin dios ni amo”

El ángel caníbal (p.35), el de la provocación (p.37) y, claro, el de la guarda (p.39).
Ángeles como nosotros que sienten, aman y se desgarran (p.40). Y los ángeles también leen poesía (p.43):

“Lleva un libro en las manos.
Una antología de los poemas
de Juan Ramón.
El ángel enfermo
abre el libro.”

Ángeles tan humanos como el ángel yonki (p.49):

“Tomó  entre sus dedos
sarmentosos
una jeringuilla de plástico”

Un ángel “ al que no le preocupa/ en absoluto/haber sido expulsado/del Paraíso (p.50).
Ángeles que se plantean paradojas (p.53):

“Locura cotidiana:
el ángel
que ha perdido
la fe
reza
confundido
a un Dios
que ya no cree en él”


Como recuerda la prologuista Isabel Rodríguez Baquero con un verso de Blas de Otero, El placer de ver morir a un ángel es un libro de ángeles fieramente humanos

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