lunes, 12 de julio de 2021

EL OJO DE LA AGUJA DE INMA ARRABAL

 








El ojo de la aguja

Inma Arrabal

Ed. Torremozas, 2021

75 páginas

11 euros


Durante la presente pandemia todos hemos tenido la opción libre de utilizar algo de nuestro tiempo en una cierta introspección. Daba la impresión de que necesariamente el encierro obligatorio nos llevaba a ello. No utilizó su tiempo en vano Inma Arrabal que en apenas ochenta páginas reflexionó sobre algunos de los temas que han llenado sus libros en los últimos tiempos. Algunos de estos temas ya los he ido desgranando en otras reseñas. Sin embargo en esta ocasión Inma Arrabal ha preferido utilizar una forma distinta de expresión. Habituados estábamos a su poesía, esta vez nos hemos encontrado este El ojo de la aguja, un artefacto a caballo entre la prosa poética, el ensayo y las memorias en donde se vierten algunas de sus preocupaciones y reflexiones sobre el mundo que nos ha tocado vivir y sus sinsabores. Muestra Arrabal en más de una ocasión una gran delicadeza en exponer temas de gran crueldad. Nos muestra cómo las injusticias de nuestro entorno la abaten, hasta cierto punto llevándola a la inacción. Pero se niega a apagar su voz ante lo que constata como injusto. Ese ángel señalador ya aparecía en Tijeras oxidadas, libro que coincidió en su publicación y temática con la última crisis económica que recorrió el mundo. Constata la autora que nada ha cambiado desde entonces, ni siquiera nuestra humanidad que había parecido reverdecer después de nuestros cánticos a los sanitarios en los balcones, ahora ya olvidados para siempre, después de los fallecimientos inútiles de tantas personas, de la incompetencia o directamente de la inacción de algunos responsables políticos y también de la desvergüenza de quién desoye las recomendaciones y naufraga en la estupidez.

Cita en más de una ocasión al fotógrafo Sebastiao Salgado, fotógrafo de la diversidad y la pobreza, en sus páginas. Y es la introducción del libro una denuncia en toda regla de lo que nos atañe, también de sus miedos más ocultos, más certeros y persistentes.

Y también hay tiempo para volver a una viejo alejamiento de la idea de dios, digo viejo porque es una constante que he ido viendo en sus últimos libros tanto en Tijeras oxidadas, como en Una mirada al absurdo y en Cruzar el umbral. Un alejamiento paulatino de la religión que aquí ya se convierte en constatación. El ángel señalador ejerce ya directamente de ángel acusador y dice:

"Si hay que acercarse a Dios, quizá ya no se pueda o no estemos a tiempo" (p.15)

Pero, en realidad, ¿la autora señala y acusa a dios o le pide que de una vez por todas reaccione? Lo hago notar por su persistencia en mantener la mayúscula, en no renunciar a una lejana creencia, a un último ruego antes de la debacle ya tan cercana.

"¿Qué amor?¿Qué vida?¿Qué Dios?" (p.14)

Sin embargo, hacia la mitad del libro (p 38) parece abandonar toda esperanza de respuesta divina: 

"¿La ausencia de un dios, es importante?

Y la idea de dios ya no merece mayúsculas.

También da la impresión de que este tiempo de silencio, de soledad interior, de reflexión por la pandemia no ha sido un tiempo neutro. También ha sido un tiempo que duele donde la soledad también miente:

"La soledad es más perversa que de costumbre y nos ciega el entendimiento" (p.16)

Y es por eso que la propia autora reconoce que: 

"...todos mis escritos me saben muy amargos" (p.38)

Otra de las ideas que recorre el libro es la comparación entre la maldad de la enfermedad y la maldad del sistema: 

"... esa geometría progresiva de abusos de poder y contagios de virus y bacterias" (p. 23)

Y se reafirma en la idea:

"... un poder marcado por el hambre, la contaminación (...) la muerte de tantas personas" (p. 54)

Frente a todo ello el final que adivina la autora no es nada esperanzador:

"Habrá muchas facturas que pagar y las pagarán los mismos de siempre" (p.30)

No hay esperanza alguna de cambio tal y como adivina Arrabal:

"Nada va a cambiar y yo tampoco" (p. 33)

Y es en este resistir es donde el ángel señalador encuentra la fuerza. La persistencia en la postura de lo justo, pase lo que pase no dejará de indicar lo que está pasando, no dejará de decir lo que está diciendo: 

"lo escribo para descargar mi alma del sentimiento de impotencia" (p.58)

"Escribo sobre lo que me preocupa y me oprime" (p. 58)

Todo el libro muestra un tono vital desasosegante y aunque hasta aquí he ido enhebrando algunas de las ideas hacia afuera, no está el libro exento de muchas reflexiones hacia adentro. Incluso con cierta dureza hacia ella misma: 

"...no reconocerme y haberme fallado a mí misma" (p.57)

"Entonces, todavía creía en algunas cosas" (p.51)

"... he conseguido anestesiar mi lado sensible" (p.49)

Y como en todos los libros de Inma Arrabal siempre hay un espacio para el recuento de las pérdidas, que en su caso es siempre la de su hija Amaya:

"¿Te das cuenta? Ya no estás aquí, y yo soy ahora casi tres décadas, más vieja" (p.41)

La segunda parte del libro son pequeñas semblanzas en la mirada a diversas fotografías del ya mencionado Sebastiao Salgado y de Miguel V. Arana.

Quisiera finalizar la reseña con dos punzantes frases. Una dicha a sí misma pero que constituye un estímulo para todos aquellos a los que la poesía y la lectura o la escritura ocupa algo de nuestras vidas: 

"La Poesía, si quiero que lo sea , tengo que vivirla"

La segunda es una reflexión final que resume el libro en sí:

"Estás triste, duelen tus cicatrices, las sientes y escuecen. Por eso, una vez más, quieres coserlas, pero no puedes. Ya no puedes. Porque no puedes ver con claridad el ojo de la aguja, para poder enhebrarla" (p. 60)





No hay comentarios:

Publicar un comentario