Eidolón 1. Arcadia desolada
Pedro Juan Gomila Martorell
Ediciones La Lucerna, 2013,
99 pp
10 euros
No había leído nada de Pedro Juan
Gomila Martorell (1967). Acojo pues este Edololón
1. Arcadia desolada de una forma virgen. Sin apenas leer me apercibo de que
el suyo es un libro repleto de palabras. Y no es una evidencia, es más bien la
extrañeza de recibir un libro maximalista. Que no huye de la descripción. Son
las páginas del poemario un continuo
derramarse en, una cascada de palabras, de sentimientos, un recorrido vital que
se reafirma verso a verso desde la temprana niñez a la edad adulta. Uno lee con
atención y a veces se siente atosigado por tantas sensaciones, por tantas
palabras y descripciones. Es como una constante crepitación. A veces ha de apartar
la vista de la hoja de papel. Descansar un rato para volver, volver a la
abrumadora evidencia de una vida de vaivenes, de no aceptación de la
adolescencia, de hacerse poco a poco a la idea de lo que es uno, de su
sexualidad, y en qué se va convirtiendo. Eso que de alguna forma, con mayor o
menor desgracia nos pasa a todos.
El poeta se pregunta,
constantemente se pregunta(p. 29):
“¿Quién señala mi frente con la
letra
color escarlata de la Diferencia
y me tatúa con tinta en la muñeca
una serie numérica indeleble?
Otra de las características del
poemario es su vocabulario. Hay una lucha por conseguir el vocablo preciso, por
cuidar del lenguaje. No hay duda de que la poesía de Gomila Martorell bebe de
las fuentes clásicas grecolatinas. Ya el mismo título nos da muestra de ello:
Eidolón. Dice en el prólogo, José Luis Reina Segura, que un eidolón es un
espectro, un fantasma, una copia de uno mismo (p.9). Esta palabra le sirve al
autor para hablar de la propia asunción de sí mismo, de la aceptación de la
personalidad. Es un proceso que se ve sobre todo en la primera parte cuando
habla de la infancia y de la adolescencia.
Hablaba antes de la sensación que
tenía al leer el libro de agolpamiento de emociones, de cascada. Aquí un
ejemplo (p.25):
“¿qué me impide sepultar bajo el
nutrido,
ventajoso, anonimato de las
multitudes,
la estatura larga, el peso leve,
de este nombre mío que se rompe,
descompone en letras, dispersadas
por el soplo poderoso de unos vientos
que destruyen la ilusión de
identidades?”
Y en este período de asumirse a
uno mismo y asumir lo que te rodea surgen las preguntas, preguntas que hace el autor (p.33):
“¿cómo aplazaré la cita con la
muerte en vida, servidumbre predeterminada?"
Y también descubrir y asumir la
propia sexualidad: (p.42):
“¿Dónde se encuentran las malas
compañías,
la pecaminosa hueste de los
muchachitos
bellos y perversos que, según mis
padres,
de la mano llevan a los inocentes
por las sendas promiscuas de la
perdición?”
Sentir, sentirse, sentir hacia
los demás, sentir contra los demás. La injusticia, el odio ciego (p.56):
“Tragaos el cañón de mi pistola
Lüger.
Hay una bala para cada uno.
Y la última, de plata, para mí”
Y el torbellino del sexo y
también de su suciedad a veces.
Descubrir la propia sexualidad (p. 62):
“¿no te habrás imaginado,
papanatas
que podías ser un sodomita sólo
en un acto
de una urgente, clandestina,
eyaculación?
Conocer el mundo interrogándose
como lo hace el autor constantemente. E incluso del Servicio Militar, y la
pregunta no está exenta de una afirmación crítica (p.70-1)
“¿Tal vez porque no encuentras en
los patios
del Todo por la Patria, placenta
de varones,
algún bardaje hambriento que
comparta
contigo íntimamente la manta y el
jergón?”
Arcadia desolada, vida arrasada, vida que busca respuestas, que
lanza preguntas, poesía que escapa de la norma, de la modalidad al uso. Poesía
preciosista y precisa. Poesía que se derrama. Pedro Juan Gomila Martorell.
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